jueves, 22 de julio de 2010

Lafuga.deunangel

─Gordo quiero ir al Silencio ─suplicó Ángela.
─Pero le has dicho a tus hijos que iríamos a Pucusana Angelita, se van a preocupar ─contradijo Manuel.
─No importa, total, no tienen porque enterarse ─continuó Ángela, sin darle mucha importancia a los argumentos de su esposo.
─Está bien, pero prométeme que no intentarás meterte más allá de la orilla, ya no estamos para esos trotes ─accedió Manuel, sabiendo que esa batalla la perdería.
─¡Hay gordo!, tenemos cincuenta y pocos, no somos unos ancianos.
─Mi amor, eso mismo me dijiste a los treinta y muchos y casi te pierdo.
─jajjaj, acaso no sabes que ese episodio fue solo para saber cuánto me amabas: si corrías a rescatarme, como lo hiciste, me casaría contigo, sino te decía que no.
─jajja, claro, tú eres un ángel y no partirás si no lo decide alguien superior y según dices, vivirás muchos años…

 

─Me largaré del país y viviré muchos años fuera y quizá no regrese jamás.
─Manuel no digas tonterías, toda esta mierda se te pasará en algunas semanas y te reirás de esto que te pasó. A cualquiera le puede suceder, no has escuchado por ahí: el hombre sin cuernos es como un jardín sin flores.
─Huevón, una cosa es que te pongan los cuernos y otra que se burlen de ti, carajo yo la amo y tú lo sabes, jamás me enamoré de esta manera y puta mare me tenía que suceder esto.
─Ok ok como tú digas, pero cálmate la gente está mirando.
─No me interesa, si voy a reírme de esto algún día como dices quiero recordar que lloraba desconsolado y que la gente reía viendo a un hombre enamorado, llorando por el amor perdido ¡y de qué manera puta madre!.


La noche era muy fría, llovía, había mucho lodo a los alrededores, algunas calles se habían inundado, como tantas otras noches en la ciudad más alta del mundo y a pesar de eso, Manuel había decidido acompañar a su hermano mayor a esa fiesta con la ilusión de conocer un mundo nuevo, diferente, el de los universitarios. Cursaba quinto de secundaría, e ir a una fiesta de cachimbos y organizado por la promoción de la Facultad de Contabilidad de la única universidad de la ciudad, hacía suponer que se trataría de una fiesta impresionante con chicas “grandes” y además, dueñas de una belleza distinta a la de las escolares que solía frecuentar. Ángela, en cambio, decidió ir a insistencia de Thomás, quien había terminado con su enamorada, por lo que a última hora se quedó sin pareja, sin la menor intención o ilusión de ninguna clase, únicamente para cumplir su deber de prima. Sin embargo el desino les tenía preparado una emboscada, aquella que uniría sus vidas para siempre.

─Perder yo, jajjaja se nota que no conoces a tu cuñadito, te apuesto lo que quieras ─dijo Manuel, desafiante, ante el acoso de su cuñada.
─Está bien que tengas esos ánimos, porque yo estoy segura que esta vez será diferente, esa chica no te va hacer el menor caso ─contraatacó la cuñada de Manuel.
─Si estás tan segura que perderé, entonces acepta mi apuesta.
─La acepto.


─No conduzcas así Manuel, ya no estamos para esos trotes.
─Angelita, acabas de decir hace unos minutos que no somos unos ancianos así que no me trates como tal.
─Pero es que tú nunca has manejado de ese modo ¡mi amor!, y por si fuera poco desde que has vuelto a usar los lentes de vidrio no los has cambiado y sabes muy bien que necesitas otra medida.
─Tienes razón, es que me sentí adolescente nuevamente por unos minutos.
─Hay mi Manuelito, tú siempre con tus arranques de juventud. Pero sabes una cosa, creo que te amo más cada día por eso, nunca dejaste partir a ese niño que conocí a los dieciséis.
─Angelita, angelita, mejor no empecemos a recordar esos años que ahora mismo choco y se acabó todo.
─No mientas Manuel, a ti más que a nadie te gusta recordar esa parte de nuestras vidas, eres algo masoquista…


“¡Masoquista!... eso es lo que eres, juraste que nunca te acercarías a ella… pero estás tan bella, más bella que nunca… y me miras, porqué me miras así… sabes que me acerco a ti, sabes que voy a pedirte que bailes conmigo… sabes que me gustas, que me muero por ti… no me mires de ese modo o me acobardaré y cambiaré de rumbo… parece que me entendiste, bajaste la mirada, pero sé que me esperas, algo en ti me dice que me esperas, que quieres que te saque a bailar, algo en ti me implora que no me detenga, que continúe hasta donde estás… camino pero no logro llegar… ¿es una pesadilla?, maldita sea, creo que sí es una pesadilla… no no, esto es real, ya estoy cerca, siento tu pecho inflándose del aire que inhalas, siento tu corazón acelerado pero no tanto como el mío que parece que va estallar… esto es mágico, es real, extiendo mis manos sin decir una sola palabra, tú me entiendes perfectamente, levantas la mirada, me miras tímidamente con esos ojos enormes y negros, me entregas tus manos como si con ello me entregaras tu corazón… no entiendo nada, siento que te amo, siento que no podre vivir sin ti desde este instante… pero que pasó con Jason, acaso no están enamorados, acaso no siguen juntos… que está pasando, seguro que ahora despierto… es un sueño, todo esto es un sueño… no puede ser real, no de este modo… hemos bailado tres o cuatro canciones sin separarnos, tu madre y primos nos observan boquiabiertos, no pueden creer lo mismo que yo no concibo real… siento tu respiración muy cerca, siento tu aliento cálido, en esta noche que dejó de ser fría, dejó de ser lluviosa, dejó de ser lodosa, dejó de ser noche, todo está tan claro, parece que te observo gracias a los rayos más nítidos del sol, tus labios están tan cerca de mis mejillas, quisiera que estuvieran delante mío, muero porque esa distancia se recorra, tu lees mis pensamientos y haces que esa enorme distancia se acorte… esto es demasiado, mi corazón empieza a galopar, el tuyo se acelera también, siento todo tu cuerpo frágil acercándose más al mío, siento tus brazos rodeando mi cuello… voy a despertar, no en este momento por favor, no ahora, no quiero despertar, que nadie se atreva a despertarme… ¡te amo!, eres un ángel y estás cerrando los ojos muy despacio, yo hago lo mismo, siento tus labios que se están posando sobre los míos, todo se nubla, pero veo más nítidamente, veo desde varios metros de distancia como si no estuviera ahí contigo, veo a dos adolescentes que se acarician, se besan apasionadamente, veo sus manos sudorosas, sus brazos rodeando el cuerpo que tienen al frente, veo un halo de luz que rodea ambos cuerpos que parecen fundidos en un mismo sentimiento, en un mismo ser”.


─Eres un masoquista carajo, otra vez con la misma huevada!
─No me jodas Frank, tu eres mi amigo, se supone que me entiendes, se supone que puedo contar contigo, ¡no!.
─Claro que sí, pero no para la misma cojudez de siempre. Hasta cuando vas a seguir con lo mismo… Tres meses Manuel, han pasado tres meses desde que ella se largó y aunque regrese, tú crees que te va buscar para darte explicaciones, no huevón, claro que no…
─No me jodas y llama a su casa, hazlo por mí, te juro que es la última vez, nunca más te pediré que lo hagas.
─La última vez Manuel, la última.


─Hay mi gordito lindo, no me cansaré de pedirte perdón, cada vez que me cuentas lo mal que la pasaste, me siento fatal, quisiera retroceder el tiempo y por lo menos darte una explicación, o al menos despedirme, realmente no imaginé que esa actitud mía te causaría tanto pesar.
─No te cuento estas cosas, para que me pidas perdón, mi amor, sino para que sepas que te amé desde muy niño.
─Lo sé, lo sé, pero igual no puedo dejar de sentirme culpable.
─Entonces dejaré de contarte mis aventuras tras tu fuga…
─Tampoco quiero que olvides todo el amor que sentías y sientes por mí, mi vida.
─Eso jamás…
Manuel y Ángela, sin proponérselo, sin imaginarlo, sin siquiera decirlo, empezaron una relación corta pero intensa, relación que dejaría una huella indeleble en el corazón de Manuel y quizá solo un vago recuerdo en la memoria de Ángela. Bailaron durante un par de horas, no dijeron mucho, sus cuerpos se comunicaron y eso bastó, los familiares de ambos bastante desconcertados pero a la vez conmovidos por las expresiones de cariño que se profesaban mutuamente, los dejaron de hostigar con las miradas, los dejaron conocerse, ilusionarse y enamorarse. Ellos simplemente dieron riendas sueltas al extraño pero muy cálido amor que nacía y crecía salvajemente.

─Tú ya la conocías verdad, ya estabas templado de ella ¡no!.
─No, nada que ver, nunca la había visto, son mis encantos, nadie puede resistirse a ellos.
─Has hecho trampa, seguro que tú ya habías chapado con ella.
─Te digo que nunca la había visto, no inventes y ahora págame la apuesta.

Mientras iba en el taxi rumbo a su casa, a pesar de las preguntas y asedios de su cuñada, Manuel no podía evitar dejar de recordar cada instante vivido al lado de su angelito, porque eso era lo que ella significaba para él, un ángel que había llegado en el momento más indicado, de la forma más sublime y que había logrado inscribirse en todo su ser.


─Suéltame carajo… Frank suéltame o te saco mierda…
─Cálmate Manuel, no seas imbécil, ella no está, se largó con el cabrón de Jason, entiéndelo, no es que la estén negando, se largó, te dejó y no va regresar, acéptalo carajo…
─¡No, eso es mentira, es pura mierda!, ella me ama, me lo dijo y yo le creo, seguro que está ahí dentro, Ángelaaaaa, Ángelaaaaa…
─¡Puta madre Manuel cállate!, van a despertar y nos van a sacar la mierda huevón…
─Ángelaaaa ¡te aaamo!, yo se que estás ahí, Ángelaaaa…


─Jajajjaj, que historia mi amor, ya ves, todo lo que me has hecho sufrir.
─Tonto, yo no sabía nada de eso, ni siquiera mi madre me contó esas cosas, pero sigue que pasó después.
─Nada más, Frank me tapó la boca y me arrastró hasta el taxi, como estaba sobrio se impuso fácilmente… amor, compramos un par de chelitas.
─Pero solo un par gordito, recuerda que tienes que manejar de regreso, y ni pienses que voy a manejar yo, y aunque quisiera, no traje mi brevete.
─No mi amor solo para acompañar la historia y refrescarnos un poco, tremendo sol que hace.


─¡Tremendo sol no!, y pensar que anoche llovía a cántaros ─, dijo Manuel sin saber que más comentar.

La mágica noche se había extinguido, los golpeó la realidad: dos adolescentes que no se conocían y sólo habían compartido un par de horas de romance, ninguno sabía cómo comportarse o que decir. Manuel estaba aun más apenado, tenía la mirada perdida en el piso, quizá porque tenía muy presente que Ángela era dos años mayor que él, quizá porque no se dijeron mucho la noche anterior y no sabía que había sucedido exactamente con Jason.

Jason y Ángela habían sostenido una relación de casi dos años. Era la primera vez que ambos se habían enamorado y a pesar de muchas habladurías supieron mantenerse juntos durante todo ese tiempo. Jason, tenía la fama de un “pillo”, un “don juan” y decían que Ángela era de las adolescentes que no se quedaba en casa esperando. Sin embargo, ambos se comprometieron, por primera vez, en una relación que los mantuvo en la “cresta de la ola”. Se les veía muy bien juntos y quizá justamente por eso es que Manuel jamás pensó en acercarse a Ángela, pensó que no era justo ni para la pareja ni para él mismo.

─¿Vamos al Leopardo? ─, dijo Ángela, tras largos segundos de silencio.
─Está bien─, respondió Manuel, cogiéndole la mano tímidamente.

Caminaron por el Jr. Bolognesi hasta llegar a la Plaza Carrión, decidieron dar unas vueltas antes de ingresar al Leopardo. Era rutinario que los adolescentes que iban a esas fiestas de matiné hicieran ese recorrido para encontrar a sus amigos o simplemente para exhibirse.

El Leopardo, a principios de los 90´s era una discoteca pensada para gente “grande”, ingenieros, administradores, policías, etc. Pero perdió ese estatus por cosas que nunca se pueden explicar, se empezó a inundar de adolescentes ávidos de lugares más cómodos, por ello los “grandes” dejaron de frecuentarlo y el dueño no tuvo otra opción que orientar su discoteca a este nuevo público, que gastaba menos pero que en masa hacían las mismas ganancias que los anteriores. En 1995 ya era una discoteca consagrada a adolescentes, con música teckno y salsa sensual que se ponía de moda en esos años. Pero además algunos fines de semana a altas horas de la noche se dedicaban a presentar chicas al desnudo, orientado a un público, obligadamente, adulto. El Leopardo tenía una sola pista de baile, en el primer nivel, alrededor de esa pista se habían improvisado los privados (secuela de esas noches calenturientas), que eran espacios reducidos en los que solo cabía un sillón individual, delante del mueble había una mesita diminuta para poner los tragos, estos obviamente, se usaban en esas noches de chicas desnudas, pero también se aprovechaban, en las matinés, por los adolescentes más osados. Frente a la entrada, cruzando la pista se encontraban los baños, al costado, unas gradas para acceder al segundo nivel y más al fondo se encontraba la barra. En el segundo piso, había muebles más grandes, con mesas también más grandes y mayores espacios, era como la zona vip del lugar. Subiendo las gradas al fondo a la mano derecha, se encontraba una cabina diminuta, desde el cual el DJ ponía la música. A la mano izquierda habían más ambientes que solo se abrían en fechas importantes como año nuevo o 28 de julio, fechas en las que el lugar se abarrotaba y era estrictamente necesario contar con más espacio, pero en esos días estaba simplemente clausurado.

Manuel y Ángela, entraron cogidos de las manos y vieron con agrado que la discoteca no estuviera tan llena, porque era muy frecuente que los domingos estuviera repleto.

─No quiero bailar… vamos a los privados ─, dijo Ángela con determinación, tras haberse deshecho de la mano de Manuel y empezó a caminar en dirección de uno de ellos.

Manuel siguió tras de ella y no pudo evitar pensar que se escondía de alguien, sin embargo la idea le agradaba. Era la primera vez que Manuel ingresaba a uno de esos privados, siempre le había dado vergüenza hacerlo y cuando se atrevía, la persona a la que se lo proponía le respondía ─que va decir la gente, mejor no─. Apenas se sentaron en el mueble, Ángela lo cogió de la cara y le dio un beso que bordeaba entre lo apasionado y lo carnal. Definitivamente ella había tomado el control y Manuel era la presa, todos sus temores se habían concretado, no sabía exactamente cómo comportarse, hasta entonces había creído que él siempre manejaba la situación, pero con una chica más grande y obviamente con más experiencia las cosas no resultaban del todo bien.


─¡Manuel, te busca Frank! ─, gritó la madre de Manuel.
─Dile que no estoy ─respondió, sin saber que Frank estaba con ella.
─¡Ah no estás…!.
─No le vayas a decir que yo te he llamado Francito, se va molestar conmigo ─suplicó la señora María.
─No se preocupe señora, le diré que necesito que me ayude con las tareas de matemáticas, que sin él me voy a jalar ─dijo Frank, guiñando el ojo.
─Gracias hijo, es que me preocupa que esté encerrado en su cuarto, tú sabes que él nunca se había comportado así.

Pero Frank apenas escuchó las primeras palabras, ya estaba subiendo al cuarto de Manuel, en el que tantas veces habían jugado, escuchado música y hasta dormido.

─Y mujer que haces ─era el modo en el que Frank siempre saludaba a Manuel, claro que a este último no le hacía mucha gracia y trataba de devolvérsela de algún modo.
─Nada maricón, viendo tele nada más.
─Pero desde abajo escuche al mariconazo de Guillermo Dávila ─le reprochó Frank, burlonamente.
─Has venido a joder o que, te digo que estaba viendo tele, no tengo porque mentirte.
─A ver, a ver, que tenemos por acá ─mientras hablaba, se iba acercando al equipo de sonido, pero Manuel en su intento desesperado por evitar ser descubierto, se lanzó contra él y ambos cayeron abruptamente al piso, Manuel encima de Frank.
─¡Que te pasa huevón…! ya me cagaste el pantalón carajo ─Frank se quejaba mientras se ponía de pie, Manuel se incorporó y se sentó en la cama mirando al piso, sin saber que decir en su defensa.
─Si estoy acá es por ti huevón, tu mamá me dijo que estás como imbécil llorando y no sé que mierda más… ya no sabe qué más decir o hacer para que dejes de comportarte como un tarado.
─¡Vete Frank!, ya te había dicho que no quiero verte más ─contraatacó Manuel, levantando la mirada y mirando con enfado.
─No seas imbécil Manuel… ¡puta madre!...tu mismo me decías, que nadie vale la pena para estar en esta situación, la otra vez cuando estaba embobado por Daniela, me jodías y me jodías, me decías que era un reverendo huevón, que habiendo tantos peces y no sé qué diantres más...acuérdate de todas esas cosas y recapacita Manuel…osea, yo te entendería si por lo menos hubieran estado un año o más, pero carajo solo han estado con ella tres semanas y quizá algo más, pero que mierda te pudo pasar en ese tiempo que no quieres reaccionar ─mientras Frank decía todas esas cosas, Manuel nuevamente con la mirada al piso y moviendo uno de sus pies como un niño que trata de distraerse con algo, escuchaba perturbado, quizá en el fondo sabía que todo lo que decía su mejor amigo era cierto, pero a la vez sabía que pasaba algo más, algo que escapaba a su poco conocimiento de la vida, de los amores, de las decepciones, de las traiciones, permaneció callado por un momento y luego le pidió que se marchara. Ya más calmado, Frank entendió que era lo mejor y se fue.

Al salir de la habitación, le sorprendió ver a la madre de Manuel tratando de escabullirse a la habitación contigua para evitar seguramente ser descubierta espiando. La llamó para despedirse, ella se acercó, le agradeció por todo lo que había hecho y hasta le pidió disculpas por el pantalón, prometiéndole comprarle uno nuevo, Frank se marcho de inmediato.


─Cual era esa canción gordito, me dijiste hace tiempo pero nunca recuerdo ─preguntó Ángela recostada en la silla, sosteniendo en la mano izquierda una copa de piña colada, mirando fijamente a los ojos de su amado esposo que parecía ensimismado.
─Se llama: Yo necesito más de ti ─respondió Manuel como si con ello regresara del pasado, y para tragar el nudo que le cerraba la garganta tomó un gran sorbo de cerveza.
─Sabes, hace años cuando me contaste por primera vez esta historia, no te creí, pensé que todo era parte de tu afán por quedar bien conmigo, por alagarme, pero luego de escucharla tantas veces me di cuenta que todo fue cierto, realmente te pasó todo eso, realmente te afectó mucho.
─No tanto como crees ─se defendió Manuel, para no menoscabar aun más su estado emocional que con los años se había vuelto fácilmente alterable.
─Ok como tu digas mi amor ─respondió Ángela, mirando a Manuel con un profundo cariño.
─Sabes algo…esa frase que cierra la canción…al principio cuando todo ello pasó, me servía para serenarme, para darme ánimos, mantener una ligera esperanza y jugar con ella, salir de esa etapa, pero nunca imaginé que después de tantos años se hiciera realidad ─todo lo que decía lo hacía en voz alta, pero parecía que era más bien una reflexión para si mismo: ─te buscaré aun que sea en el mismo infinito, pero volverás a ser mía, porque ¡te amo!.


Más inoportuno que nunca, el mozo irrumpió en el privado que ocupaban Ángela y Manuel, ella abrió los ojos de inmediato y se alejó de la boca que tenía en frente, él apenadísimo, preguntó ─¿qué tiene para tomar? ─. Sin embargo, Ángela sin esperar la respuesta del mozo, sentenció ─¡tráigame dos coca colas personales por favor!─. El mozo, al notar que no estaba tratando con una chiquilla inexperta, asintió con la cabeza y se retiró. ─Si no los tratas así, estos se te suben─, dijo Ángela, arreglándose la blusa que se había movido tras el beso apasionado. ─Así veo─, respondió Manuel tratando de secarse el bozo y parte del mentón que habían sido devorados por los labios carnosos de su acompañante.

Esa tarde conversaron mucho y ambos se contaron cosas personales, familiares y era evidente que también saltaría a la luz el tema que venía agobiando tanto a Manuel: Jason. Ángela sabía que llegaría la pregunta y aparentemente ya tenía un discurso estudiado: ─Niño lindo, no tienes por qué preocuparte, Jason y yo hemos terminado muchas veces, pero esta vez es definitivo, estamos separados más de tres meses, además él ha viajado, no está en la ciudad y no creo que regrese─, dicho esto, Manuel, sintió que le quitaban un gran peso de encima y lo más importante, se sintió con la libertad plena de amarla, como ya lo estaba haciendo, un sentimiento que aun reprimía justamente por el gran “fantasma” de Jason. Las cosas desde ese instante fueron muy claras para Manuel, estaba todo bien y los besos que recibía, se le antojaban más sublimes, más húmedos, más endemoniadamente enloquecedores.

Esa tarde también hablaron de sexo, claro, y ella dejó entrever que podían acostarse cuando él quisiera, situación en la que nuevamente Manuel se sentía totalmente desubicado, era la primera vez que alguien le respondía de manera tan natural: ─Manuelito eso va llegar de todas maneras, más adelante, pero debes saber que a mí también me encantaría estar contigo─. Manuel simplemente no podía creerlo y se planteó dos alternativas para dar forma a lo que sus oídos escuchaban. Primero: que ella realmente ya era una chica “grande” y sabía que el sexo no es algo malo si se hace con responsabilidad y además que era proveedora de múltiples emociones y sensaciones inigualables o; segundo: que simplemente le estaba siguiendo el jueguito al niño atrevido que se aventuró a preguntarle semejante desatino.

Durante la tarde y parte de la noche, tomaron, cada uno tres coca colas personales, se besaron mucho y muy apasionadamente, pero sin tocamientos indebidos (no porque Manuel no lo deseara, sino porque no se atrevió), y salieron del privado sólo para bailar un par de canciones e ir al baño. Ambos sintieron un cariño especial, quizá lo que a esa edad se puede llamar “amor”, pero que en realidad era la pasión mezclada con ilusión, que les hacía llegar a muchas conjeturas emocionales. Salieron del Leopardo a las 7.30 pm, hora en que la mayoría de adolescentes regresaban a sus casas. Caminaron hacia la Plaza Carrión, sin motivo aparente, dieron una vuelta por los alrededores y cuando estuvieron frente al Colegio Nacional Industrial Nº 3, ella pensó en voz alta, aunque no lo suficiente para que Manuel escuche: ─Ángela, Ángela, que haces con un escolar, es un niño…─, pretendía seguir reprochándose pero Manuel creyó escuchar algo y trató de indagar de qué se trataba. Pero como era de esperarse, ella preguntó otras cosas y cuyas respuestas conocía de sobra: ─¿este es tu colegio no?... ¿estás seguro que terminas este año?─. Manuel sólo asintió y sonrió complacido, emocionado y profundamente enamorado. Continuaron su recorrido por el Jr. Bolognesi, pasaron por el colegio que todos llamaban 35,002, cruzaron el Jr. Yauli y continuaron hasta la casa de Ángela, aunque no llegaron hasta la puerta porque ella se despidió a una cuadra de distancia y con un beso en la mejilla y una vez más, lo dejó totalmente desconcertado.


Un sábado a las 11.30 de la noche, Manuel llegaba a su casa con cierto tufillo de alcohol, su madre que lo esperaba atenta en su dormitorio, le gritó que su comida estaba guardada, que lo caliente. Él sabía que su madre ni siquiera sospechaba que había tomado, así que no se preocupó más por eso. Encendió la cocina, puso a calentar la comida y mientras esperaba prendió el televisor, estaban dando una película argentina: Tango Feroz. La banda sonora era extraordinaria, la historia era muy conmovedora y se engancho de inmediato a pesar que parecía que ya estaba muy avanzada. Se sirvió la comida, comió muy poco y se concentró en las escenas de la película. Lo conmovieron las letras de las canciones, la historia de un joven cantante muy talentoso pero algo perturbado y la relación que sostenía con una chica tierna, sensible, inteligente, además de bella. Por supuesto que no tardó mucho en relacionarla con Ángela y fue en ese momento que, animado por unas copas de más, dejó caer en silencio muchas lágrimas que aterrizaron en sus pantalones. Terminada la película, cogió un pedazo de papel higiénico y mientras se limpiaba dijo: ─te buscaré aun que sea en el mismo infinito, pero volverás a ser mía, porque ¡te amo!.


El miércoles por la tarde, luego del colegio, Manuel se fue muy aprisa a su casa, almorzó, se despojó del uniforme escolar y se puso algo más casual, estaba inquieto, ansioso y emocionado porque sabía que a las tres de la tarde se encontraría con su amada Ángela, en la esquina del Jr. Morales Janampa y el Mercado Central. Como era previsible Manuel llegó minutos antes y como ella aun no llegaba se fue a caminar por los alrededores, a las tres en punto estaba parado nuevamente en la esquina acordada, pero Ángela aun no asomaba, pasaron diez eternos minutos y recién hizo su aparición. Todo a su alrededor perdió movimiento, la empezó a mirar fijamente, tenía puesto un polo color beige, encima una chaqueta negra de cuero, un pantalón de licra muy ceñido que dejaba a la vista unas piernas muy bien contorneadas y firmes, lástima que la casaca no dejaba ver más arriba. Llevaba muy poco maquillaje, lo cual Manuel agradeció porque la prefería al natural. Cuando Ángela se acercó, él no pudo evitar abrazarla e intentó tímidamente darle un beso en los labios pero ella lo cogió con más vehemencia y se besaron por algunos segundos sin importar que la gente que transitaba los estuviera mirando.

A Ángela ya no le quedaban dudas que era ella quien tomaba el control de la situación, así que, sin preguntar lo cogió de la mano y lo condujo al Leopardo y como no cobraban entrada en días de semana, ingresaron y cuando Manuel pensaba que nuevamente le iba a retirar la mano, ella lo asió con más fuerza y lo llevó al segundo nivel, que se encontraba casi desierta, se sentaron en un mueble y ordenaron un par de gaseosas, claro que ambos entendieron que sólo era para que no los molestaran mientras se profesaban ese cariño desbordante que ambos sentían. Cuando Manuel sacó la billetera para pagar las bebidas, pensó que eran los cuatro soles mejor invertidos en toda su vida y sonrió.

Largo rato después, Ángela decidió ir a otra discoteca: Center. Tampoco cobraban entrada, al ingresar se dieron con la sorpresa que habían ampliado el lugar, al parecer los privados se habían puesto de moda, pero eran diferentes de los del Leopardo, estos eran espacios divididos por cortinas azules o negras, todas contiguas, en un área de aproximadamente diez metros cuadrados habían seis privados. La curiosidad y el morbo los atrajo a uno de ellos, fue entonces que Manuel vivió una experiencia distinta, perturbadora y deliciosa a la vez. Se besaban por largos intervalos, pero entre besos las manos de ambos recorrían partes íntimas del cuerpo del otro. Ángela parecía disfrutar mucho del hecho que Manuel era más joven que ella y de su inexperiencia. Lo dejaba continuar pero se percataba que él no llegaba más allá de sus senos y se sonreía. Manuel, en cambio estaba en otros pensamientos más sublimes pero a la vez lujuriosos. Fue a partir de ese momento que la idea de hacerlo con ella, se transformaba en una realidad que definitivamente llegaría, más pronto de lo que él pudo soñar.

Pasaron dos semanas de constantes salidas, siempre a las mismas discotecas, en las que se hacían imperantes las sesiones calenturientas en los privados, cada vez más osadas. Ese fin de semana habían acordado hacerlo. Era domingo, primero irían al Leopardo y luego a un hotel cercano. Manuel estaba muy ansioso desde que se encontraron, la razón: temía que le hicieran roche al ingresar, que le pidieran su DNI o algún documento y por supuesto él no lo tenía. En cambio Ángela parecía no recordar lo que habían conversado la noche anterior y se mostraba muy contenta y hasta tranquila. Entraron y como siempre el Leopardo estaba atiborrado de parroquianos. Decidieron bailar entre esa muchedumbre, besarse y dejarse llevar por la música, las luces, la gente y todo a su alrededor. Sin embargo, Manuel tenía un as bajo la manga, le pidió a Ángela que lo espere un momento, porque tenía que conversar un rato con su amigo el DJ, subió al segundo nivel lo más rápido que pudo, sorteando el movimiento cadencioso de tanta gente y las gradas atestadas de adolescentes ávidos de diversión, se dirigió a la diminuta cabina de locución y habló con su amigo. ─Willy no me vas a creer lo que te voy a contar─ dijo, he hizo una pausa para comprobar que le prestaban atención, Willy al percatarse, inquirió ─dime. dime─. Manuel hizo un largo silencio, no sabía cómo abordar el tema, Willy, aun con las manos estiradas sobre sus hombros a la altura del mezclador, giró la cabeza como quien insiste. ─Te acuerdas de Ángela no?─ dijo, al fin, ─claro pes huevón, si la traes casi todos los días, como no la voy a recordar; es más, desde que estás con ella ya ni vienes a saludar o a tomarte un par de chelitas con tus patas─ dijo, Willy y se sonrió ─pero que pasa con ella, dime─, exigió. Manuel, hizo otra pausa, haciendo notar que le costaba realmente abordar el tema y al fin se atrevió ─bueno, el asunto es que ella y yo queremos hacerlo, tú me entiendes verdad─ Willy, bajó los brazos y miró a Manuel desconcertado ─bien por ti huevón, pero que chucha me cuentas esas cosas─, Manuel suspiró y agachando la cabeza dijo: ─tú me contaste que a veces te quedas a dormir acá para cuidar la discoteca y que tienes una cama en el segundo piso, allá al fondo en la parte que está cerrada─. Willy se empezó a reír casi a carcajadas, cambió de disco del equipo y al fin le dedicó toda la atención ─eres un pendejo chibolo, puta madre…, me caes bien y nos hemos tomado unas chelas pero de ahí a prestarte mi cama, no jodas pues─, Manuel levantó la mirada buscando la de Willy y suplicó ─por favor Willy, lo que pasa es que todavía no tengo documentos y en los telos seguro que me chotean─, Willy se sonrió nuevamente y le respondió burlonamente ─tu problema pes huevón, si quieres cachar tienes que ser mayor de edad, dile a tu germita que se aguante un par de añitos nomás, no le queda de otra─ y lanzó otra carcajada. Manuel ya estaba perdiendo la paciencia, él sabía perfectamente que Willy si le iba a prestar el cuarto, sino no se hubiese atrevido a pedírselo, pero lo estaba haciendo sufrir ─Willy ya dime, me vas a prestar o no tu cuarto, sino me voy con mis chelas de litro cien a otra parte ah─, cuando Willy notó que la cosa iba en serio, eliminó la sonrisita de su rostro y le dijo que le prestaría el cuarto con dos condiciones, primero que dejaran la habitación tal como lo encontraban y segundo que le invite cuatro cervezas de litro cien, Manuel aceptó de inmediato, bajó corriendo a buscar a Ángela, le contó lo que había hecho, con mucho temor a cómo iba a reaccionar, pero ella lo miro, se sonrió y solo preguntó: ─pero estás seguro que nadie nos va ver─. Manuel respiró aliviado y le dijo que no se preocupara que Willy era el único que sabía, que era su amigo y que no los delataría; además, que lo iba a sobornar con cuatro cervezas grandes. Fueron juntos a la barra y juntos subieron a la cabina a entregarle sus cervezas a Willy, cuando Ángela entro en esa diminuta cabina, Willy la miró fijamente por un instante, se sonrió, bajo la mirada y les pidió que se sentaran y que lo acompañen con un vaso ─para que se relajen un poco─ sentenció, Ángela se sentó al lado de la puerta, Manuel al medio y Willy al fondo, se sirvieron cada uno un vaso de cerveza y Willy le dijo al oído ─Manuel ya métanse de una vez, no me vaya arrepentir y la cagada, dile a Ángela que ella entre primero, dejas pasar unos minutos y tú entras luego, para que no haya mucho roche, me entiendes─. Él asintió y le pidió a su amor que entre primero, que iría minutos después. Cuando Manuel se levantó para salir de la cabina, Willy lo cogió del brazo y le dijo: ─provecho jugador está rica tu germita─ lo soltó y nuevamente volvió a sus asuntos, Manuel se sintió agredido pero no era el momento de reprochárselo y se marchó al encuentro de su amada.

─Frank apúrate carajo, ya debe haber una colaza en el Center.
─Putamare mujer, si no jodes por una cosa jodes por otra, el tono no se va acabar porque nos demoremos unos minutos.
─Ta bien cabrón, pero mejor si vamos temprano no, así no nos soplamos una cola de dos cuadras y encima nos dicen que ya no entra más gente, no me quiero arriesgar.
─Ya estoy listo vamos.
─Al fin carajo, eres una madre cambiándote.
─Oye hablando de otros temas más importantes ─Frank hizo una pausa y continuó─…no te quiero joder la fiesta ni nada por el estilo, pero mejor que te lo advierta no!.
─Qué pasa huevon.
─Se trata de Ángela...
─Total maricón, me has tenido meses diciéndome que me olvide de ella, que no vale la pena y ahora que ya todo está mejor, me sales con esa vaina, no me jodas pues.
─Ya sé que estás mejor, que no estás como tarado en tu casa sin salir y moqueando, pero justamente por eso, no vaya ser que nos la crucemos y te pongas mal ─al oír lo que decía Frank, Manuel pensó que se le estaba gastando una estúpida broma─, mejor que sepas con anticipación que me han contado que ha regresado hace algunos días y que está embarazada.
─Qué dices cabrón, ¿embarazada?.

Manuel tenía el mismo tono desafiante, pero no pudo evitar que su rostro se le desencajara. Frank lo notó perfectamente y le regaló unos segundos de silencio para que Manuel se haga la idea, sabía que ya no le afectaría como lo hubiera hecho meses atrás pero no quería arriesgarse a que se pusiera mal al verla, y menos delante de ella, era mucho mejor que ese rostro que estaba viendo se le aparezca delante de él y no delante de otras personas.

─¿Quién te lo dijo? ─preguntó, Manuel, un poco más sereno.
─Ayer me encontré con Thomás, el primo de Ángela, y me conto eso, claro que Thomas es medio hablador pero no creo que se juegue con algo tan delicado y por último, si no es cierto, lo tomamos como un anécdota más y ya no!.

Llegaron al Center y se dieron con la agradable sorpresa que no había mucha cola, pero mientras avanzaba la fila para ingresar ambos se encontraban expectantes. Aunque ya había superado lo peor, Manuel quería verla, saber cómo está, si seguía bella como la recordaba y si realmente estaba embarazada y tal vez se acercaría a saludarla, tal vez conversarían unos minutos, tal vez ella le contaría que ha sido de su vida todos esos meses y solo quizá cabía la posibilidad de ser amigos y comunicarse de vez en cuando. Obviamente, él sabía también, que sólo se trataban de deseos suyos y que estaba jugando con esa fantasía porque siendo totalmente realistas, Manuel entendía que nada de eso sucedería.


Cuando Manuel entró a la habitación que le habían prestado para su sesión amatoria, que se encontraba luego de otra habitación tras superar el mueble que bloqueaba la entrada, se encontró con una visión perturbadora: el ambiente era cerrado y no tenía ventanas, por lo que la luz era muy tenue, Ángela, que al parecer ya se había recuperado de ese choque inicial, había tendido las sabanas y se había quitado la chaqueta y el pantalón alicrado, se encontraba esperando tapada como si se escondiera de alguien, pero al sentir su presencia bajó las sabanas hasta la altura del cuello y lo invitó a acostarse a su lado. Manuel estaba muy ansioso y hasta nervioso, no era la primera vez que se acostaría con una chica, había tenido dos experiencias anteriores, pero era la primera vez que su acompañante había aceptado previamente y de manera muy natural, tener relaciones sexuales, en esas ocasiones anteriores él había tenido que lidiar con una excesiva negativa de parte de sus acompañantes y no pudo disfrutarlo plenamente, además de haberlo hecho en lugares menos apropiados que ese rinconcillo en el segundo piso del Leopardo, que por lo menos tenía una cama y aparentemente sabanas limpias. Manuel se quitó el pantalón, la casaca y el polo, solo se quedó en ropa interior y se acostó al lado de Ángela, ella lo abrazó y besó apasionadamente, fue en ese momento, al estirar sus brazos, que Manuel notó las piernas desnudas de su angelito, de su amor, notó que sus nalgas y sus entrañas solo estaban custodiadas por un diminuto calzón, sintió como su pene se le endurecía y como todos los bellos de su cuerpo se le erizaban. Al parecer Ángela se percató de ese cambio y le preguntó si había comprado el óvulo anticonceptivo como lo habían acordado la noche anterior, él no respondió y solo se estiró un poco para alcanzar su pantalón y sacar de la billetera lo que le pedían y se lo entregó sin decir una sola palabra. Ángela lo cogió, lo llevó a la boca, rompió la envoltura y de inmediato se lo colocó lo más profundo en su vagina y se notó que así era porque ella hacía el esfuerzo para introducirlo más y más. Manuel imaginaba como los dedos de Ángela se introducían en su vagina, se preguntaba cómo era posible que entrara ese óvulo sin dificultad, no sabía que ella estaba también excitada y que eso ayudaba mucho. ─Amor, sabes que todavía no lo podemos hacer verdad─, sentenció Ángela, irrumpiendo en sus pensamientos lujuriosos ─si, leí en la cajita que decía que hay que esperar entre veinte y treinta minutos─, respondió Manuel, pensando que no aguantaría contenerse tanto tiempo. Ella pensó en lo mismo y se sonrió, porque adivinaba que Manuel estaría muy ansioso. Continuaron besándose cada vez más entusiasmados, él se quitó la prenda que le quedaba y ella lo siguió. Sin que todavía pasara el tiempo necesario Manuel trató en varias ocasiones de ponerse encima de ella pero Ángela lo detuvo. ─Manuel espérate un ratito más─ suplicaba una y otra vez, pensando que ya no podría contenerlo más tiempo. Cuando al fin parecía que había transcurrido el tiempo necesario, él se puso encima de ella, Ángela se acomodó para recibirlo, también se notaba ansiosa de hacerlo con ese niño, fue en ese preciso instante que Manuel levantó la mirada porque le pareció que alguien asomaba la cabeza desde la otra habitación, por un momento lo descartó, pensó que su mente le estaba jugando una mala pasada debido al nerviosismo y por el lugar en el que se encontraban. ─Qué esperas, mételo, acaso no te morías por hacerlo─, ordenó Ángela, devolviéndolo a ese momento tan sublime, él desechó toda preocupación y por fin sintió cómo se introducía en ella, la sensación era magnánima, jamás había sentido algo parecido, era tan agradable, tan cálido, tan indescriptiblemente maravilloso, parecía que fuera la primera vez que se entregaba a una chica, a una mujer, lo sintió así, lo pensó de ese modo y decidió quedarse para siempre con ese recuerdo. Pero todo ello que parecía tan perfecto, se vio interrumpido con esa imagen que se repetía, la cabeza de alguien asomándose desde la otra habitación, esta vez, Manuel se convenció que no se trataba de una ilusión, ahí había alguien y él sabía perfectamente de quien se trataba. ─Julio, te largas o te saco la mierda─ grito, para asustar a ese espectador inesperado, parecía que el que estaba ocultándose se asustó y se marchó, ellos continuaron amándose, aunque ya no con la misma devoción y vehemencia de los minutos previos, pasaron unos minutos más y nuevamente esa imagen, Manuel insistió con sus amenazas pero en respuesta obtuvo una amenaza mayor ─vete tú, no puedes estar acá, le voy avisar a mi tío Elias, quién te ha dado permiso para entrar─, Ángela, se asustó mucho y se hizo a un lado, buscó su ropa y trato de vestirse, en ese momento el espectador dio la cara pero solo para salir corriendo de donde se encontraba. Ángela terminó de vestirse, Manuel también, ya todo había terminado y cuando él trataba de tranquilizarla irrumpieron tres o cuatro muchachos en la habitación, uno de ellos, el más borracho, gritaba ─Ángela, sal carajo, te voy a sacar la mierda, que chucha haces acá─, Ángela se tapo totalmente con las sabanas, Manuel se incorporó de inmediato y se fue a contener a Thomás que se acercaba como un toro a golpear a su prima. Manuel lo cogió de los brazos, él seguía gritando que Ángela salga de su escondite y Manuel trataba de convencerlo que se trataba de otra chica ─tu sabes que Ángela es mi flaca, pero ella no está aquí, le estoy poniendo los cuernos con una trampita, no me jodas Thomás, si quieres cuéntale a tu prima, pero quítate huevon─, cuando todo indicaba que Thomás se había calmado y parecía que se marcharía, sus acompañantes reanimaban las broncas con sus empujones y acusaciones y uno de ellos fue más allá, se acercó y sin decir una sola palabra le regaló un certero cabezazo a Manuel que lo dejo, literalmente, viendo estrellitas y cuando parecía que ya todo se salía de control, que Thomás se acercaba a la cama a quitarle la sabana, llegó providencialmente un amigo de Manuel, era un tipo mayor de aproximadamente 25 años, estudiaba en la universidad Carrión y en sus ratos libres hacía locución en la radio del mismo dueño del Leopardo, además de hacer las veces de seguridad del lugar, por lo que cargaba siempre un revolver y mostrándolo en aquella oscuridad gritó ─que chucha hacen acá carajo, quien mierda les ha dado permiso para que entren a este lugar, se largan en este momento o les vuelo a todos la tapa de los sesos─, dicho esto se acercó como un búfalo a defender a su crío y todos incluyendo Thomás salieron disparados ─gracias Edwin estos conchadesumadres me iban a sacar la mierda─, dijo Manuel totalmente aliviado, tras la partida de los demás ─no te preocupes chibolo menos mal que me pasaron la voz a tiempo. Esperen un momento más y quítense antes que llegue Elias, sino va estar jodiendo ese güevon─, sentenció y se marchó de inmediato, dando lugar a la pareja, que se encontraba en el peor momento de sus vidas, el más bochornoso que habían podido experimentar en sus cortas existencias, a que pudieran asimilar tremendo escándalo.


─Déjame, yo puedo solo ─dijo Manuel, desasiéndose del brazo de Ángela.
─Hay gordito para eso tomas tanto, se supone que solo era un par… contigo ya debo saber que esa mentira realmente es la más grande, verdad mi amor ─, dijo Ángela, mientras lo miraba con un profundo cariño y obteniendo como respuesta únicamente un gruñido.
─Ahora si ayúdame que me caigo ─ordenó Manuel, tras algunos minutos de caminar torpemente por la arena inestable.

Ángela se aferró de su brazo izquierdo y con la ayuda del mozo del restaurante que los había atendido, lo condujo hasta el coche y lo sentó en el asiento del copiloto. Manuel no dijo nada más y tratando de ponerse el cinturón de seguridad se quedó profundamente dormido, Ángela terminó de ponerle la correa, pagó la cuenta más su respectiva propina, al chico del restaurante que esperaba expectante, se acomodó en el volante y emprendió el retorno a Lima.

Durante todo el viaje, mientras conducía, no podía evitar mirar de rato en rato al hombre que alguna vez desechó de su vida sin el menor remordimiento, pero que a pesar de todo y de tantos años ahí estaba, a su lado, con ella. También se puso a analizar, que nunca le había puesto un dedo encima, que nunca la había tratado mal, aun en los peores momentos siempre la respetaba y todo ello seguramente por el gran amor que él le profesaba. Sin saber exactamente por qué, se le asomaron algunas lágrimas a los ojos, estiró su mano derecha y le acarició el rostro que ya dejaban a la vista algunas arrugas.


Tras el escándalo en el segundo nivel del Leopardo, Ángela y Manuel terminaron discutiendo, ella le gritaba que todo había sido su culpa por no llevarla a otro lugar, que nunca se lo perdonaría, él se defendía diciendo que no imaginó que algo así sucedería, que la amaba y que nunca quiso causarle daño de ningún tipo y menos de esa forma, que lo perdone. A partir de ese momento todo terminó rápidamente. Ángela se armó de valor, salió corriendo de la habitación, bajó lo más rápido que pudo las gradas que la conducirían al primer piso y a la calle, escuchó el murmullo de la gente a pesar de lo alto de la música, algunos hasta la señalaban, pero ya nada le importaba. Manuel salió tras de ella, escuchó también el murmullo de la gente pero esta vez acompañado de risas burlonas, salió raudamente casi empujando al que se le pusiera en frente y logró alcanzar a Ángela en la esquina de la discoteca, trató de hacerle entrar en razón, ella solo le exigía que no la tocara y tras el menor descuido de Manuel, se marchó corriendo, Manuel pensó que era mejor dejarla sola, pensó que no era el momento de hablar de todo ello, pensó que ella tenía toda la razón, que era su culpa.

Durante toda la semana, Manuel no pudo dejar de pensar en ella, no pudo evitar sentirse culpable, pero no tenía el valor de ir a buscarla, temía el rechazo de Ángela, pero también que al acercarse a su casa su familia pudiera decirle o hacerle algo. Hasta que al fin, el domingo siguiente, tras siete días de angustia pensó que era el momento de enfrentar la situación y aprovechar para salir nuevamente con ella, claro a otra discoteca que no sea el Leopardo. A una cuadra de la casa de Ángela aun el temor campeaba, pero respiró profundamente y tocó el timbre, nadie respondió de inmediato, a la tercera o cuarta vez salió la mamá de Ángela, la persona que él menos quería ver o enfrentar, suponía que se había enterado de todo y que le llamaría la atención severamente, pero no fue así, aparentemente no sabía nada, lo saludó muy cordialmente y le dijo: ─Ángela no se encuentra papito, yo recién acabo de llegar de la calle y no la encontré, no se a donde pudo haber ido─. Manuel le agradeció y se retiró muy perturbado, sin creer nada de lo que le había dicho esa señora, pensó en lo único que realmente le parecía verosímil: ─estás ahí Ángela, yo se que estás ahí y enviaste a tu madre a negarte, hasta cuando me vas hacer esto, que significa tu distancia, aun sigues resentida conmigo, se te pasará, no quieres volver a verme, me perdonarás, o es el fin de todo, por lo menos deberías decírmelo personalmente─. Manuel se marchó caminando a su casa y se encerró en su habitación torturándose por su torpeza, por su falta de experiencia, lamentó por primera vez no ser un muchacho más grande.


Casi cuando estaban a punto de ingresar, por fin apareció Ángela, tenía puesto un pantalón jean azul y un polo color gris algo ceñido que dejaba totalmente a la vista su embarazo de aproximadamente 5 meses. Manuel pensó que su rostro se veía más claro, quizá con algunas manchas producto del embarazo, totalmente segura de si misma, más madura, inalcanzable, pero más incalculablemente bella que nunca. Se encontraba a solo unos metros pero parecía que ella no lo había visto. Manuel sabía perfectamente que sólo estaba tratando de evitar su mirada, era claro que tenían la intención de ingresar al Center, pero al notar su presencia, susurró algo al oído de su hermana Liz y se marcharon con dirección a la Plaza Carrión. Frank lejos de mirar la trayectoria de Ángela, como si lo hacía Manuel, observaba el rostro de su mejor amigo, que denotaba tristeza y decepción, esa actitud era realmente un gran golpe, sabía perfectamente que no era por la “barriguita”, sino por el desaire que le había hecho una vez más su amada Ángela. Manuel volvió la mirada y la enterró al piso, pero sólo por algunos segundos, Frank le palmoteó la espalada e ingresaron al Center. Nunca más tocaron el tema.


Después de otros siete días, el siguiente domingo, Manuel decidió nuevamente intentar hablar con ella, para ello asumió que debía ir a la casa de Ángela aun más temprano que de costumbre. Esta vez sin dudarlo tocó el timbre una y otra vez, pero recién al cuarto timbrazo salió una niña de aproximadamente once años, quien le dijo que Ángela no estaba, preguntó por la mamá y tampoco estaba. Manuel quiso ganar un poco de terreno, insistiendo pero con una voz que susurraba y suplicaba ─dime la verdad por favor, Ángela está ahí dentro y se está negando cierto─, la niña negó una vez más esa posibilidad, con la voz, con la palabras, pero algo en su forma de mirarlo le decía lo contrario. Manuel entendió perfectamente, o quizá sólo vio lo que quiso ver, le dio las gracias apretándole las manos de un modo inusual en él y se marchó. Decidió esperar cerca de la casa para ver si salía en algún momento, lo hizo por casi 45 minutos pero no aguantó más y para menguar la angustia, enrumbó con dirección a la plaza principal de la ciudad, caminó cerca de veinte minutos, lo que normalmente le tomaría a cualquier persona solo diez minutos o quizá menos, caminaba muy despacio pensando que la había perdido, que a pesar de que la encontrase seguramente ella lo terminaría definitivamente, su corazón se le encogía, sabía que esa era la primera vez que se sentía de ese modo, sentía que estaba profundamente enamorado y se preguntaba ─porque ahora, porque con ella, porque tan pronto, porque tenía que cagarla llevándola a ese lugar de mierda─. Llegó al fin a la plaza y continuó por la Av. San Cristobal con dirección al Eiffer, una discoteca que se encontraba en un pasaje angosto al lado izquierdo si ibas en esa dirección, se acercó a la puerta, preguntó el precio de la entrada, habían varias personas tratando de rebajar los precios, pero nadie conocido, hubiera agradecido encontrar a alguien, para conversar, sentirse acompañado, sentirse protegido de lo que podía suceder, pero no fue así. Lamento profundamente no haberle dicho a Frank que lo acompañe, pero es que quería ir solo a la casa de Ángela, para aclarar las cosas, para recibir la estocada final y claro que no quería testigos para eso, aun así se tratase de su mejor amigo. Miró una vez más alrededor y decidió regresar a la casa de Ángela, para una vez más intentar hablar con ella, pensó ─si esta vez me dicen que no está, armo un escándalo hasta que salga, no me importa lo que diga la gente, pero tengo que hablar con ella, aunque sea sólo para que me mande a la mierda.

Sin embargo, no hubo la necesidad de regresar hasta la casa de Ángela, para encontrarla. Manuel, definitivamente, no estaba preparado para ver lo que sus ojos estaban apreciando: Ángela aferrada del modo más cariñoso posible del brazo de Jason, caminando con dirección seguramente del Eiffer, de donde regresaba Manuel. Cuando se percataron que Manuel se acercaba a ellos a paso lánguido, como en cámara lenta, con una mirada perturbada, trataron de apartarse del camino, Jason sonreía triunfante, Ángela quizá algo avergonzada o preocupada por el escándalo, agachó la cabeza y se sujetó aun más fuerte del brazo de Jason, de quien parecía aun estar muy enamorada. En ese instante fue como si Manuel despertara de toda la fantasía que había estado viviendo, fue duro, cruel, escalofriante, pero trató de sobreponerse y les interrumpió el paso ─Ángela, podemos hablar un momento por favor─ preguntó, ella no hizo el menor caso y ni siquiera lo miró, fue Jason quien respondió ─Manuel ella no tiene nada que hablar contigo, quítate nomás, es lo mejor que puedes hacer─. Manuel sin hacerle caso, suplicó ─Ángela podemos hablar, solo un minuto por favor─, ella aun sin levantar la mirada, hizo una especie de mueca de fastidio que terminó por destruir la poca fuerza que sostenía en pie a Manuel. Jason aprovechó el momento y se la llevó, pasando por su costado casi rosándolo. Manuel se quedó por dos o tres segundos sin reaccionar, había gente alrededor que lo observaba, seguramente compadeciéndolo. Al percatarse de las miradas de compasión, casi por inercia, continuó su camino con dirección a ninguna parte, sólo esperando alejarse lo más posible de ese lugar, de Ángela, de Jason, del Eiffer, de la Plaza Carrión, de la ciudad, del mundo entero.


Epilogo. Cerca de la media noche llamaron insistentemente a la puerta, Manuel se incorporó asustado y miró por la ventana, eran la hermana y madre de Ángela, se les veía preocupadas, alteradas, llorosas y justo en el momento en que se decidió a abrir la ventana para atenderlas, la madre de Manuel contestó desde su habitación:

─Que sucede señora, quien es usted y que desea ─a lo que ella contestó.
─Señora María, lamento mucho molestarla a esta hora, pero es que mi hija Ángela ha desaparecido, no ha regresado a mi casa, sólo quisiera saber si ella se encuentra aquí con Manuel… ─pero la señora María no la dejó terminar.
─De que esta usted hablando, mi hijo ha regresado temprano y está descansando, además porque cree usted que mi pequeño estaría con su hija.
─Quizá usted no lo sepa señora, pero ellos eran enamoraditos y han estado saliendo hace varias semanas, por esa razón pensé que ella estaría aquí con su hijo… ─la señora María sospechaba que su hijo salía con alguien pero él nunca se lo había confirmado, pero muchas cosas encajaban a partir de ese momento, ─estoy desesperada entiéndame por favor, usted también es madre, solo le suplico que me diga si está o no aquí y me iré.

La señora María hizo una pausa, miró de reojo a Manuel, que se había acercado a su habitación, como preguntándole si él sabía algo, pero Manuel movió la cabeza negando repetidamente.

─Señora, lo siento mucho por usted y créame que la entiendo, pero su hija Ángela no está en esta casa y mi hijo está durmiendo en su habitación, tendrá que seguir buscando en otra parte, en verdad lo siento.
─Gracias a usted señora y lamento haberla molestado a esta hora, buenas noches ─dicho esto, cogió del brazo a su hija Liz y se marcharon caminando, seguramente a buscar un taxi que las lleve a otra parte en busca de Ángela.

Larosa

Florent era mayordomo de la casa de los Villar hace más de 30 años. Los Villar eran una familia de ascendencia española, afincada en Lima desde los tiempos virreinales. Florent era descendiente de franceses al servicio de los Villar, su padre fue mayordomo, su abuelo fue mayordomo y siempre fueron felices sirviendo.

El señor y la Sra. Villar, padre de Dolores y Pedro, mellizos de 19 años veían en Florent un tío, un amigo, un soporte.

La mañana del 14 de febrero, día de San Valentín, Dolores encontró una rosa roja tirada en la puerta de su dormitorio y como era de esperarse fue corriendo a la habitación de Florent a preguntarle quién la había traído, aunque para ella todo estaba claro: “Florent había recibido la rosa a algún muchacho, la noche anterior o el mismo día muy temprano, y fue él quien había colocado la rosa donde la encontró”; de lo único que no estaba segura era de que muchacho se trataba.

A diferencia de cómo solía tratarla, desde que Dolores era una niña, Florent se mostró reacio y hasta esquivo y negó rotundamente su participación en aquel asunto. Dolores pensó que solo estaba haciendo bien su papel de cupido y no insistió.

La noche siguiente, el 15 de febrero, a las 11:30 pm se escuchó un disparo de revolver. Florent se había quitado la vida. No dejó notas, recados y aparentemente no existían indicios que permitieran entender esa trágica decisión. Agotadas todas las pesquisas y sin alternativas de solución la única que conocía la verdad era Dolores. Porque junto al cuerpo sin vida, del mayordomo de la casa, encontró una rosa gemela a la que ella había recibido la mañana anterior.

viernes, 24 de julio de 2009

Lasimágenes.deladiós

─¡Por fin se apagaron las luces!, deben estar bajando ─pensó Alberto, tras haber esperado por más de 2 horas, faltaba poco para la media noche.

Mariana y Raúl bajaron cogidos de las manos y se soltaron tras el saludo sorpresivo de Alberto ─¡Buenas noches ingeniero!.

Al principio Alberto y Mariana, una pareja consolidada después de casi 2 años de relación, tomaron los flirteos del “ingeniero” con mucha ligereza y hasta de forma cómica. Los atributos de este no le auguraban mucho éxito, por lo menos no a la vista de dos jóvenes novatos.

Raúl Cáceres, era un tipo que bordeaba los 40 años, padre de tres hijos, bajito y nada agraciado. Pero como era de suponerse, el tipo usó sus mejores tretas para acercarse a Mariana, en principio haciéndole regalitos simples, diciéndole frases lindas, elogios profesionales y hasta organizando reuniones de trabajo, siempre con el pretexto de celebrar alguna meta cumplida en la oficina y al final hacer insinuaciones más atrevidas.

La pareja se sentó a conversar sobre el tema, que ya no resultaba tan cómico. Llegaron a pensar que lo mejor era que Mariana dejara el trabajo de secretaria, a pesar que ambos sabían que ella necesitaba mucho ese empleo para ayudar a sus padres con las pensiones de la universidad. Ella le comentó a Alberto su deseo de sacrificar esos ingresos en nombre de su amor por él. Pero él, en respuesta de ese mismo amor le suplicó que desistiera de esa decisión diciéndole: “Mariana, mi amor, yo confío en ti, estoy seguro que jamás me fallarás, por favor sigue trabajando en esa oficina. Hazlo por mi, por ti y sobre todo porque sabes que lo necesitas ahora más que nunca”.

Claro que los asedios, continuaron y claro que Mariana siguió contándole todo a Alberto, pero las cosas empezaron a tomar otros matices. Él empezó a notar que ella disfrutaba de los elogios, los regalitos y las salidas en grupo, siempre con el jefe, que extrañamente había asumido una actitud más complaciente con sus empleados, y no les negaba ninguna salida, es más, podría decirse que él mismo las propiciaba.

Sin duda, a medida que las semanas transcurrían la situación se hacía más insostenible. Los celos de Alberto cobraron protagonismo, y el acercamiento de Mariana y su jefe se hicieron notorios. Antes que Alberto percibiera algo concreto, los compañeros de trabajo de Mariana lo habían hecho y no sabían como comportarse ante aquel muchachito, cuando este iba a recoger a su pareja. Normalmente lo saludaban y hasta conversaban con él, pero en esos días lo esquivaban y apenas si lo saludaban. A raíz de esos episodios Alberto llegó a la conclusión de que sus celos no eran solo producto de su imaginación, pero decidió controlarse para no “perder los papeles”.

La confirmación a todos estos supuestos llegó una noche de fin de semana, en la que Alberto había bebido desde temprano y se encontraba en su casa, fue cuando recibió la llamada de Mariana.

─Amor, ¿vas a venir a recogerme?.
─No Mariana, me duele mucho la cabeza, estoy con una resaca alucinante.
─Ok, entonces me voy a mi casa, hasta mañana.
─¡Y que milagro que no tienes planes hoy!, todos los viernes se había hecho costumbre que salieran a bailar, sobre todo con ese tu jefecito que anda afanándote.
─¡Alberto no empieces por favor!.
─Pero dime, ¿no van a bailar hoy?.
─¡Ya te dije que no!, me voy a mi casa estoy muy cansada, adiós.

Colgó, Alberto meditó sobre su comportamiento, pensó que quizá Mariana tenía razón en todo lo que decía, que era él quien veía cosas donde no había. Se recostó en el mueble de la sala, prendió el televisor y empezó con el zapping, ya mucho más tranquilo, pensando que su amada debía estar abrigada en su camita a esa hora y quizá estaba mirando los canales como él en ese instante. ─Te amo Mariana─, dijo en voz baja y recordó muchos de sus momentos juntos. Recogió las piernas y las puso sobre el otro brazo del mueble, prendió un cigarrillo y disfrutó de un video que pasaban en MTV.

Pasaron casi 40 minutos de sosiego, pero tras ver un video en el que una chica se iba con su amante luego de despedir a su novio, como si se tratara de un presagio, nuevamente empezó a mortificarse con imágenes que llegaban a su mente, eran muchas imágenes en las que veía a su amada del cuello de ese “viejo hijo de puta”, trató de desecharlas, pero ya no pudo más, se puso la casaca, le dijo a su madre que salía un rato con unos amigos, que regresaba temprano, salió corriendo en busca de un taxi, cogió el primero que apareció y se dirigió al pub que frecuentaban Mariana y sus colegas.

En el camino se reprochó insistentemente esos celos enfermizos, llegó a la conclusión que nunca antes había estado en esa situación, en el pasado, si no confiaba en su pareja decidía terminar la relación y ahorrarse las mortificaciones, pero esta vez todo estaba afuera de control. Salió casi corriendo del taxi, como si quisiera evitar lo que estaba viendo en esas imágenes perturbadoras en la que Raúl cogía a Mariana de la cintura, la acercaba y la besaba apasionadamente, Lo peor de aquella visión era que ella disfrutaba y se reía complacida.

Entró al local y todos sus reproches para consigo mismo se convirtieron en lamentos del corazón, se paralizó observando como Mariana y Raúl realmente bailaban muy contentos, ella no estaba colgada del cuello de él, pero ambos disfrutaban de alguna conversación y se reían.

Cuando Raúl levantó la cabeza, supo que todo había terminado, por lo menos por esa noche, cambió la expresión de su rostro y aparentemente le comunicó a Mariana que Alberto se encontraba en la puerta, observándolos. Ella no se despidió del “ingeniero”, ni de sus colegas, parecía que respiraba profundamente como para tomar valor y Raúl le decía algo, seguramente para darle ánimos. Mariana giró y sin mirar directamente a los ojos de Alberto caminó los seis o siete metros que los separaban, al llegar a la puerta lo cogió del brazo, como siempre solía hacerlo, y lo condujo hacía afuera.

Alberto realmente estaba extraviado, no dijo nada, pero se detuvo a unos metros de la entrada del pub, ella trató de conducirlo a un taxi para retirarse del lugar o por lo menos alejarse lo suficiente, porque lo que más temía en la vida era el escándalo. Pero él se detuvo y no pretendía moverse o no podía, porque sentía el peso de una traición irremediable.

─¿Alberto nos vamos? ─preguntó nerviosa.
─¡Dime que haces tu acá!, no me dijiste que te ibas a tu casa, que estabas muy cansada, fue por eso que me llamaste ¿verdad?, para saber si iría a buscarte a tu casa ¿no?. ¡Pero claro!, como te dije que estaba con una resaca de mierda, te sentiste segura y libre de venir a trampear con ese viejo cabrón…
─No digas estupideces...
─Qué y ahora te vas hacer la ofendida, ¿qué mierda hacías entonces?
─Alberto vámonos de aquí por favor, no es el lugar para hablar de estas cosas, vamos a mi casa o a la tuya pero vámonos. ¡Por favor¡.

Mariana suplicó desesperadamente, pero Alberto no escuchaba, estaba totalmente perdido en sus celos, en esas imágenes que no dejaban de llegar a su mente. Fue en ese momento que salieron todos sus colegas y uno de ellos trató de acercarse, pero la propia Mariana le pidió que se vaya ─voy a estar bien Percy, no te preocupes, yo se controlar esta situación, vayan nomás y gracias por todo.

Los reclamos no cedieron y Mariana aceptaba todas las acusaciones de Alberto, únicamente por no discutir más en la calle, hasta que lo convenció, por fin, de ir a su casa. Entraron sin hacer ruido, por la cochera, la madre de Alberto dormía en el cuarto del segundo piso que quedaba justo encima, ambos lo sabían y no dijeron una sola palabra hasta llegar al cuarto de Alberto.

Fue en esa discusión que Mariana le confesó que se sentía bien con su nuevo grupo de amigos y sobre todo en compañía de Raúl, porque ella lo llamaba así: “Raúl”. Una de las cosas que más le complacía era que siempre iban a lugares bonitos y caros y ella nunca tenía que preocuparse por la cuenta. Esta revelación fue la más asfixiante de todas, “un golpe bajo”. También le confesó que Raúl le atraía, que no sabía que era exactamente pero que había algo en él que la hacía sentir especial y eso era lo que ella buscaba. Sin embargo, le juró por lo más querido, que no pasó nada entre ellos, por lo menos nada físico, y quizá lo más grave que pudo pasar hasta ese momento, fue que ambos habían aprendido a comunicarse, en una química que había logrado realmente acercarlos.

La primera reacción de Alberto fue golpear la pared, se sentía impotente, enojado, triste. Una mezcla de emociones invadió todo su ser y terminó derribándolo. Se arrodilló lentamente dando la espalda a Mariana, con las manos ensangrentadas cogiéndose los cabellos y regalándole a su memoria una de las imágenes más patéticas de su vida. Mariana se conmovió, sintió lástima, pero eso fue lo peor, sentir lástima, no amor por ese jovencito de 19 años con el que había compartido los últimos 2.

Luego de hablar por casi una hora se prometieron que toda esa pesadilla terminaría, Mariana dio su palabra, dejaría su trabajo al día siguiente, lo hacía porque se sentía culpable, mas no por amor. Alberto, en cambio, lo hizo por el amor que aun le quedaba y por un falso orgullo, que no le permitía dejarla ir, pensaba que al hacerlo ella iría corriendo a los brazos de ese tipo y eso jamás lo permitiría.

Al día siguiente Mariana cumplió su palabra, fue muy temprano a la oficina que hasta entonces era suya, esperó que llegara su jefe y le presentó su carta de renuncia irrevocable. Raúl, trató de convencerla por todos los medios para que reconsiderara su decisión, pero fue en vano. Conversaron durante casi 30 minutos, los más largos de la vida de Alberto, que esperaba afuera del edificio. Al final, el “ingeniero” aceptó la renuncia con la única condición que en la noche ella fuera a verlo para conversar sobre tema y terminó su discurso bien estudiado, porque sabía perfectamente, gracias a la experiencia que le daban sus casi 4 décadas de vida, que esa mañana se enfrentaría a ese episodio. ─Mariana lo que más me afectaría sería perder tu amistad, tú sabes que eres muy especial para mí. Te veo en la noche ¿si?─. Mariana aceptó por dos razones: primero porque sabía que Alberto lo esperaba ansioso y eso podría significar más problemas al prolongarse la reunión; y segundo, porque no le desagradaba, en lo absoluto, la idea de conversar al respecto con alguien mayor, que pudiera darle otras luces sobre lo sucedido y tanto mejor si se trataba de su admirado jefe.

Mariana y Alberto se alejaron del edificio. Él trató de preguntar los pormenores de la reunión, pero ella estaba fastidiada, más con Alberto que con la situación en general, ni siquiera se preocupaba por los ingresos que perdería, su mente estaba ocupada en lo que podría pasar en aquella reunión. Caminaron por un largo rato, conversaron muy poco, sólo lo necesario, y se fueron a almorzar a un restaurante que ellos frecuentaban y por supuesto pagaron la cuenta “a medias”. Luego se fueron a la casa de Marina y pasaron la tarde juntos.

Alberto sentía, a pesar que aparentemente todo estaba saliendo como lo habían prometido, que las cosas no estaban del todo bien, trató de ser muy cariñoso, de decirle cosas lindas, pero ella ya no lo toleraba más y no podía disimilarlo. A pesar de eso, y por la insistencia de Alberto, terminaron haciendo el amor, o sólo teniendo sexo, porque Mariana estaba complaciendo los ímpetus de Alberto, no estaba disfrutando, simplemente sucumbió a los asedios de su primer amor y sobre todo, con la intensión de que se calmaran las tensiones. La noche llegó cómplice, era la hora en que Alberto debía marcharse.

Extrañamente, Mariana le ofreció acompañarlo hasta el paradero, argumentando que le dolía la cabeza y que tenía que comprar un par de pastillas. Salieron juntos, caminaron juntos, pero sus mentes andaban en pensamientos totalmente opuestos. Llegaron a la avenida y Mariana insistió en dejarlo justo en el paradero del microbus.

─No te preocupes amor, yo cruzo solo la pista y tomo el micro ¿ya?. Tú anda nomás, compra tus pastillas y ve a tu casa.
─Bueno como quieras, hasta mañana.

Incluso en esos momentos, Mariana se mostraba esquiva, apática, fastidiada y solo puso la mejilla a la hora de despedirse. Alberto había notado esos desaires todo el día, pero se las estaba “tragando”, en nombre del amor.

Efectivamente subió al microbus, pero desde ahí vio, mientras se alejaba, que Mariana ni siquiera entró a la farmacia y se fue muy apurada. Ese episodio fue el detonante, bajó del micro y se dirigió con dirección a la farmacia, para desde ahí seguirle los pasos por la ruta que conocía de sobra, así que era muy fácil seguirla hasta su casa. Caminó cada vez más rápido con la esperanza de verla pronto, mirando a todos lados pero nada, aceleró aun más el paso y se fue directamente hasta la casa de Mariana, observó si las luces de su habitación se encendían, esperó cerca de 15 minutos pensando que tal vez se había quedado conversando con su madre en la sala, pero no aguantó más y toco el timbre, salió la madre de Mariana, sorprendida.

─Señora disculpe, podría decirle a Mariana que salga un ratito, solo un par de minutos, me olvidé preguntarle sobre un examen que tenemos mañana.
─¡Alberto, pensé que Mariana estaba contigo!. Ella no ha regresado todavía.
─Gracias señora, ya mañana temprano le pregunto, seguro que se ha demorado por ahí.
─Ya hijo, yo le digo que te llame apenas llegue.

Su mente empezó a llenarse de esas imágenes que lo habían agobiado durante las últimas semanas, pero esta vez eran más asquerosas, la veía desnuda debajo de ese “viejo de mierda, viejo concha de tu madre”. Tomó un taxi hasta el pub en el que la encontró el día anterior, entró, recorrió cada metro de ese lugar pero ahí no estaban, entró a otros locales cercanos y nada, se fue a un restaurante que quedaba cerca de la universidad donde sus “coleguitas” solían cenar, pero tampoco, ni rastros de ella.

Casi convencido que el “ingeniero” estaba detrás de todo esto, la mente de Alberto empezó a figurar miles de teorías de la más vil traición, ─¡Mariana! ¡Mariaaana!, por eso estabas intranquila ¿no?... no no no, seguro que ese viejo de mierda te siguió en su auto desde que salimos de tu casa, esperó que me marchara y apenas te vio sola te abordó y te exigió que lo acompañes y como tú le temes tanto al escándalo, aceptaste. Si eso es lo que ha pasado, porque no creo que tú seas capas de hacerme esto, no a mí, se suponía que éramos uno… uuummm que imbécil eres Alberto, hace tiempo que sabías que esto terminaría así, debiste mandarla a la mierda y que haga lo que chucha quiera, seguro que ellos ya lo tenían todo planeado, solo esperaban que te vayas, ¡claro!, ambos se pusieron de acuerdo en la mañana, si eso es lo que pasó, zorra de mierda, eres una zorra Mariana… ah y seguro que te ha llevado a un hotel bonito ¿no?, muy lujoso como los que te gustan, eso debe complacerte más, ahí podrás gritar todo lo que quieras sin reprimirte nada, como lo tenías que hacer en tu casa o la mía, eres una basura Mariana, pero me las van a pagar, juro que me las van a pagar…

Cuando todas esas imágenes cruzaban como una película por la cabeza de Alberto, pensó en algo que parecía muy absurdo, pero ya no perdía nada si estaba tan cerca. Fue corriendo al edificio de la universidad, como era de esperarse el de seguridad lo retuvo, y negó cualquier ingreso en horas de la noche y menos de una mujer. Al retirarse, casi dándose por vencido, observó el tercer nivel en la que resaltaban las luces encendidas de la oficina del ingeniero Raúl Cáceres.

Eran las 9:47 de la noche, Alberto se había instalado frente a las oficinas de la universidad, en un área donde la sombra de otro edificio lo hacía invisible, hacía frío, era la peor época del invierno, pero decidió quedarse hasta verlos salir, sea la hora que sea, aunque tuviera que amanecer en ese lugar.

─¡Por fin se apagaron las luces!, deben estar bajando ─pensó Alberto, tras haber esperado por más de 2 horas, faltaba poco para la media noche.

Mariana y Raúl bajaron cogidos de las manos y se soltaron tras el saludo sorpresivo de Alberto ─¡Buenas noches ingeniero!.

jueves, 23 de julio de 2009

Realmente.unamártir

María caminaba rápidamente al hospital estatal más cercano, muy temprano en las mañanas y siempre cogiendo de las manos a su hijo. No quedaba muy lejos, apenas a unas cuantas cuadras de su casa, distancia que el pequeño Javier se había acostumbrado a recorrer sin quejarse.

Era madre soltera y sus hermanos y padres vivían en una lejana provincia al norte del país. No frecuentaba muchas personas y tenía sólo una amiga, Josefa, enfermera del hospital, el cual visitaba diariamente y era ella la única depositaria de su secreto aciago que la carcomía día a día. En cambio no le importaba mínimamente lo que las demás personas rumoreaban, y cuando le preguntaban por qué frecuentaba el hospital, ella sabía perfectamente que sólo les impulsaba el chisme y no una preocupación real por ella o su hijo, así que improvisaba una amplia sonrisa y respondía ─asuntos del trabajo─, y se marchaba de inmediato sin dejar oportunidad para más preguntas.

Luego de su visita al hospital, era rutinario salir corriendo al paradero para coger el microbus que la trasladara a su lugar de trabajo, un pequeño restaurante de comida criolla, a 15 minutos del hospital y 20 de su casa.

Una de las decisiones más extrañas que había tomado María desde los primeros días que visitaron el hospital, era que Javier no asistiera al colegio, hace ya más de 4 meses. Esta situación que al principio le trajo muchas complicaciones en el trabajo, logró superarse cuando Doña Elsa, jefa de María, aceptó que el niño ayudara en la cocina, hecho que además, terminó resultándole muy conveniente ya que el pequeño era muy hábil y realmente se convirtió en una gran ayuda, y lo mejor de todo era que sólo tenía que pagarle con el menú diario.

Una mañana María despertó llorando, había tenido una pesadilla, seguramente abrumada por la tarea que debía concretar esa mañana, sin duda la más difícil de su vida. Se levantó extraviada, miro al costado, Javier aun dormía, se acercó, lo abrazó y se le cayeron más lágrimas sobre el cubre cama, pero tuvo que controlarse al darse cuenta que su adorado hijo estaba despertando. Hizo como si se estuviera sacando las lagañas, volteó y le pidió que se cambie y asee para desayunar. Compartieron en la mesa dos panes con huevos y café sin leche, el desayuno de casi todas las mañanas, aunque a veces alternaban los huevos por margarina o aceitunas. María no se separaba de Javier casi nunca, pero ese día le pidió que se adelantara al hospital y que lo espere ahí, porque ella tenía que ir a la funeraria y contratar sus servicios, claro que esto último no se lo dijo. Con lágrimas en los ojos se adentró en una de ellas, que abundaban cerca al hospital, hizo los trámites lo más rápido que pudo y se marchó corriendo en busca de Javier.

Mucha gente se compadecía al verla sola en el mundo, sin más compañía que el de su hijo, pero tampoco hacían nada para acercarse y menos para ayudar, a pesar de que percibían que algo terrible pasaba, porque la veían llorar con frecuencia, siempre abrazando a su pequeño. Una de las cosas que María lamentaba profundamente era justamente eso, llorar frente Javi, como ella solía llamarlo. Sabía que le causaba un daño irreparable, pero era un daño que no podía dejar de causarle. Trataba de evitar llorar frente a él, pero lograrlo habría significado que no hubiese tenido tiempo para estar a su lado.

Una mañana de lunes, Josefa, la única amiga cercana de María, se presentó en el restaurante donde ésta última trabajaba. Josefa apenas conocía de vista a algunas de esas personas, pero al saludarlos no pudo controlarse más y estalló en lágrimas. Al verla en ese estado, doña Elsa, dueña del establecimiento, se conmovió mucho y presintió algo terrible, y recordó que cuando llegó a esta ciudad era una joven muy sensible, pero que los años le habían enseñado que en la capital debía ser fría, porque de lo contrario trataban siempre de pasar sobre ella, fue por esa razón que no le dio más cabida a María cuando esta pretendía contarle sus problemas, pensaba que era una de las tantas personas que argumentaban mentiras para solapar malas conductas, tardanzas y hasta irresponsabilidad. Sin embargo, al ver ahí sentada a Josefa, llorando copiosamente y al ofrecerle un pañuelo y un vaso con agua, supo que esta vez se había equivocado, que estaba a punto de escuchar una historia que la iba hacer sentir culpable y advirtió como se le cerraba la garganta, que las lágrimas asomaban, pero decidió controlarse. La mesa que ocupaban era la más alejada del público, al fondo del local y fui ahí donde Josefa le contó toda la historia.

María había muerto de un cáncer terminal, dos días antes y su ausencia de más de dos semanas, en el trabajo, se debía a que estaba internada en el hospital porque ya no podía caminar ni valerse por si misma. Había luchado hasta el final, contra el dolor incesante, las quimioterapias inservibles, la inmisericordia del padre de su hijo, la traumática experiencia de la caída de cabello, la delgadez abrupta y sobre todo con la desolación que sentía al pensar en Javier. El abandonarlo a esa edad era lo que realmente la devastaba, pero como era previsible, ese mismo temor de abandonar a su pequeño hijo adorado de apenas 8 años, también le hacía sacar fuerzas de donde ya no había, para no dejarse vencer por esa maldita enfermedad que nunca avisó al instalarse en ella hasta que fue demasiado tarde.

Le contó que la decisión de retirar a su hijo del colegio no fue nada sencilla, pero que la tomó sabiendo que Javier podría recuperar el año escolar perdido, pero que en contraste nunca podrían recuperar los momentos juntos que perderían si él continuaba asistiendo a clases. Quería compartir cada instante a su lado, disfrutar de él, jugar, reír, conocerse, quiso que Javier tenga muchos recuerdos de ella y que sepa que su madre la amaba por sobre todas las cosas.

Le contó también, que dos meses antes de morir, ella misma había comprado su ataúd y contratado los servicios funerarios más baratos para el día que iba a llegar irremediablemente. Reunió todo el dinero posible, que no era mucho, para enviarle a su familia, que era muy pobre, y puedan viajar de su provincia natal a enterrarla.


─Realmente una mártir ─dijo al fin Doña Elsa, tratando de aclarar la voz mientras se secaba las lágrimas. Fue cuando notó que todos los trabajadores de su restaurante, que habían parado en sus actividades, incluso algunos comensales asiduos, oían atentamente y lloraban sin poder evitarlo, seguramente porque después de ese relato entendieron muchas cosas y al igual que ella se sintieron culpables. Culpables por no haber sido más sensibles, por no haberla apoyado, por no haberla entendido, por no haberla querido, pero es que Lima es así, una ciudad fría, su gente es fría y nadie sabe ni quiere enterarse de lo que les sucede a los demás. Se piensa frecuentemente que tenemos tantos problemas propios como para ocuparnos de los problemas de los demás, quizá sea cierto pero al enfrentarse a verdades crueles como esta, indudablemente no podemos dejar de sentirnos culpables y hasta miserables.

jueves, 11 de junio de 2009

Mimi.ennombredelamor

Mimi tiene solo 17 años y hace más de 10 meses sabe lo duro que es vivir en la calle. Son las 4 de la madrugada y camina como siempre al compás del viento húmedo de lima, esperando al último cliente de la noche. Un auto se detiene, desde dentro y sin terminar de bajar las lunas polarizadas dos adolescentes exaltados le proponen terminar la jornada.

─Nunca salgo con dos ─argumentó Mimi.

─Si sales con uno de 50 porqué no con dos de 16 ─replicó el que estaba al volante.

Definitivamente ella no esperaba esa respuesta y se quedó pensando. Como era previsible, los chicos se dieron cuenta que habían ganado terreno.

─Vamos sube, solo queremos que nos acompañes a tomar unas chelas en el coche ─insistió el copiloto.

─Porqué no ─Mimi creyó haberlo dicho, pero solo lo pensó y se introdujo en el BMW del año del padre de alguno de ellos. Le ofrecieron de inmediato una lata de cerveza fría que al principio dudó en aceptar, pero luego de ver una fotografía familiar colgado en el espejo retrovisor del auto, se sintió más confiada y aceptó.

Andrés puso en marcha el vehículo y se enrumbó por la avenida Arequipa hacia la Costa Verde. Mimi, por su parte, se sentía contenta de que sean jóvenes como ella, tenía la ilusión de pasar un agradable fin de jornada y hasta pensó en no cobrarles si se portaban bien. Nada hacía presagiar que Manolo llevaba una Magnum calibre 44 debajo de la camisa, que horas antes había robado a su padre, un general de la FAP enormemente condecorado.

Se estacionaron frente al mar, en una playa miraflorina, desierta a esa hora. Menos mal todavía quedaban algunas latas de cerveza para hacer más agradable la cháchara. Sin embargo, Manolo, no quería conversar mucho y se movió rápidamente al asiento posterior. Apenas estuvo cerca de Mimi le apuntó con el arma y le ordenó que se ponga de rodillas, ella totalmente aturdida por el miedo, a pesar que no era la primera vez que tenía frente a su rostro un arma o quizá justamente por eso, obedeció de inmediato.

─Qué prefieres, un tiro entre los ojos o en el corazón, muere la razón o el amor, qué dices ─preguntó Manolo, totalmente desquiciado.

─!No, porfavor no! guarda esa cosa ─suplicó Mimi, totalmente arrepentida de haber aceptado la invitación de ese par de mocosos y no pudo evitar que se le escaparon algunas lágrimas.

─Es sólo un juego preciosa, no llores ─dijo Andrés tratando de calmarla.

─Así es, es sólo un juego ─continuó Manolo─, un juego en el que tú mueres.

─Ya basta Manolo déjate de wevadas guarda el arma ─intervino Andrés al ver que las cosas se salían de proporciones.

─Te lo suplico amigo piensa en tu hermana, en tu madre, en Dios, ya basta, me estás asustando demasiado, haré todo lo que me pidan, lo que sea pero guarda esa cosa ¡porfavor!.

Manolo adoptó una sonrisa torcida y rechinando los dientes, producto de las largas líneas de cocaína aspiradas, bajó el arma pero solo para subirla nuevamente y empuñarla mejor, la posicionó justo a la altura del corazón de Mimi y sin más reparos ni remordimientos disparó, se escuchó un estallido ensordecedor, del otro lado aquella niña de diecisiete con el pecho destrozado viviendo sus últimos instantes pero sin un atisbo de dolor, Andrés perplejo con esa visión aterradora e irreparable, Manolo en cambio se echo a reír y gritó infame ─¡EN NOMBRE DEL AMORRR!.